San Gregorio Atlapulco: cultura y naturaleza
Lugar donde el agua se hace lodazal
Del náhuatl atl, agua; apul, lodazal; y co, lugar, Atlapulco significa “lugar donde el agua hace lodazal”; también se traduce como “las tierras del fango”. Se trata de uno de los pueblos originarios de Xochimilco. Su asentamiento se remota al preclásico superior, con migrantes teotihuacanos y chichimecas. Fue anexado a Tenochtitlan en 1430 y aún hay restos arqueológicos en el cerro Xilotepec, donde se encuentran relieves en piedra, víctimas del tiempo y el vandalismo.
Los primeros informes coloniales de Atlapulco están en el Códice Mendoza, donde aparece el glifo con su nombre hispanizado. En la conquista el pueblo fue fundado como San Gregorio Atlapulco, en 1555, en honor a San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia. La primera piedra del templo y del convento franciscano de San Bernardino de Siena fue colocada en 1599. Fue fundada como vicaría fija de la 2° cordillera en 1887. Desde entonces su historia es un híbrido conjunto de tradiciones católicas y cultura prehispánica. Para 1901 tenía 2600 habitantes aproximadamente, sus enfermedades más frecuentes fueron las fiebres palúdicas y los idiomas dominantes era el castellano y el mexicano.
Fue en el porfiriato cuando comenzaron a llevarse el agua de San Gregorio a la Ciudad de México. A cambio, llegó a la comunidad el tren eléctrico, como parte del proyecto de modernización. Durante el siglo XX San Gregorio ha sido atraído a la mancha urbana de la Mega metrópolis de México. Las viviendas se han multiplicado. Consecuencia de ello, la cultura popular ha perdido valor para los jóvenes. El náhuatl dejó de ser una lengua dominante y con ello se ha olvidado el nombre de las calles en náhuatl. Los mismos apellidos se perdieron, como consecuencia de la integración del pueblo con la ciudad, la gente “no quería que les vieran como indios” y compraban apellidos en español.
En 1987 fue declarado por la UNESCO como patrimonio cultural de la humanidad el centro de México y el sitio de Xochimilco, del cual San Gregorio Atlapulco forma parte. Todas las miradas se volvieron a Xochimilco y a San Gregorio, pero no todos los ángulos son siempre buenos: por un lado, las fiestas, la comida, las chinampas… pero por otro, la pérdida de identidad, de la lengua y el desastre ecológico. Todo esto obligó a reflexionar sobre nuestra tierra y nuestra cultura, papel que tomó activamente la UAM-X desde distintos enfoques de investigación, desde las ciencias sociales, las humanidades, las artes, el diseño, las ciencias biológicas y de la salud.
Nuevamente en 2017 volvimos a fijar los ojos en San Gregorio Atlapulco, pero esta vez fue la naturaleza la responsable: el terremoto del 19 de septiembre. Además de los daños en las colonias Del Valle, Condesa y Roma, Xochimilco –y en particular San Gregorio Atlapulco- fue una de las ocho zonas más dañadas por el temblor. 7 mil 429 viviendas tuvieron daños totales o parciales, 16 se derrumbaron durante el temblor. Miles de voluntarios llegaron a San Gregorio, pero al retornar a nuestras actividades cotidianas la ayuda se disipó. Ante la emergencia la Universidad fortaleció sus vínculos ya existentes con la comunidad, con el apoyo a los damnificados, con evaluaciones y dictámenes estructurales, incluso para recuperar las chinampas afectadas.
Una de las historias de estos lazos es narrada en este artículo por la doctora Gisela Landázuri y por la licenciada Karina Rodríguez, quienes en su vínculo con San Gregorio han trabajado en la recuperación de su memoria y cultura durante muchos años.