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Historias de Vida

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Fotografía: Archivo COPLADA

La voz UAM

Remedio para el Susto

Ernesto Olvera, quien se ha convertido en la práctica en la Voz UAM, aunque nadie le ha otorgado ese nombramiento, también escribe cuentos, es una de sus potencialidades. Invitamos al lector a leer el siguiente cuento corto y a escucharlo, leído en la propia voz UAM.

El temor de Cuca a los fantasmas, nahuales, brujas y sinfín de entidades regentes de la oscuridad no era mayor al que le causaban los perros. En su niñez había sido víctima del ataque de una jauría de canes, guardianes tutelares de una huerta cercana y a la cual había brincado por encima del muro de piedra en busca de capulines, duraznos y ciruelas. El miedo y las cicatrices en sus piernas perduraban en la adolescente escuálida, desaliñada y bravucona, de aspecto montarás.

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Remedio para el Susto


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“He construido un contexto de participación, al combinar la locución con la redacción.”— Ernesto Olvera Alba

Una tarde de julio, mientras Cuca descansaba sobre el camastro de tablas, su madre le ordenó en tono imperativo desde la cocina, que debía acompañarla con el yerbero, al otro lado del pueblo, a comprar un remedio para el reumatismo de su padre. Aterrada, pensó en algunos pretextos para evitar ser ella quien la custodiara y tener que atravesar esos páramos invadidos de perros vagabundos, pero fue en vano, ya había sido elegida por ser la mayor de seis hermanos.

Las primeras sombras de la noche y una lluvia pertinaz se les venían a cuestas. Cuca cubrió su cabeza y espalda con el viejo rebozo y se calzó los huaraches. Como el tiempo las apremiaba, tomó el brazo de su madre y se encaminaron por la vereda del jagüey, ruta que sólo los arrieros usaban porque el pasaje se encontraba repleto de charcas de agua pestilente, fango y matojos espinosos. Sin embargo, al salir, Cuca tomó el palo con el que atrancaban la puerta y lo ocultó debajo de sus ropas.

Apenas avanzaron unos metros por detrás del huerto, cuando dos perros famélicos que abrevaban en una de las zanjas se abalanzaron hacia ellas ladrando y gruñendo. El pánico casi la paraliza, pero se sobrepuso con el pensamiento de que su madre podría resultar lastimada. Blandió la tranca con la mano derecha y con la otra empujo a su mamá hacia atrás para protegerla. Aunque sólo percibía las siluetas, advirtió como uno de los canes corría de frente hacia ella intentando morderla, en tanto que el otro la rodeaba para atacar por la retaguardia.

Atizó el primer trancazo en el lomo sarnoso de uno de los perros que se alejó chillando lastimero, pero el otro gruñía junto a su madre; dio la vuelta, se desprendió de su rebozo y se lo aventó al bulto que sintió a sus pies. Asestó otro golpe. Escucho un quejido hondo; otro leñazo…otro más. Fatigada por el esfuerzo, recargó las rodillas contra el costal de huesos que se revolvía debajo. Tomó el resuello y exclamó: ¡no te asustes mamá, ya lo tengo!

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Ernesto Olvera Alba, Fotografía: Vicente Cuauhtonal Gallegos Meza

Buscó en derredor a su madre…no la veía. ¿Habrá corrido?, pensó con la mirada perdida en las sombras nocturnas. Mamá ¿dónde estás?, gritó Cuca girando la cabeza en todas direcciones.

¡Chamaca pendeja, ya me rompiste la crisma! Vociferó una voz debajo de sus rodillas. El sobresalto fue mayúsculo al levantarse, retirar el rebozo y ver a su madre postrada en el lodazal con el pelo desgreñado y la cabeza sangrando.

Más tarde Cuca sollozaba tirada en el camastro. En ese momento comprendió que el temor a ser mordida no era mayor al que le causaba, ahora, la tranca en manos de su progenitora, después de la felpa que le propinara.

Veamos ahora la Historia de Ernesto dentro de la Unidad.